miércoles, 11 de junio de 2008

...Adonde nadie ha ido antes.

Así empezaba una vieja y querida serie de TV de los '60; que creció, pasó al cine, volvió a la tele, siguió creciendo y terminó por convertirse en algo parecido a una religión.

Con millones de fans alrededor del mundo (autodenominados trekkies o trekkers), quienes disfrutan de sentarse y ver, una y otra vez, las aventuras del programa original, de su decena de películas y/o series desprendidas, Star Trek -o Viaje a las estrellas, hablando en criollo-, es sin lugar a dudas un fenómeno de la ciencia ficción en particular y de la TV en general. Un éxito que quizás se deba, en parte, al espíritu original de la serie: por primera vez, humanos y alienígenas no aparecían observándose con completa desconfianza o directamente trenzados en feroces batallas interplanetarias matizadas con andanadas de rayos (salvo alguna que otra peleíta con los beligerantes klingons o los traicioneros romulanos; a la postre, aliados también), sino que salían a explorar el Universo de la mano y bajo la bandera de la Federación Unida de Planetas.

No me parece poca cosa para una historia parida en el apogeo de la Guerra Fría, cuando Este y Oeste se espiaban con la aprensión a flor de piel y el dedo crispado sobre el botón de disparo de los arsenales nucleares. Loas y laureles de gloria a Gene Roddenberry, entonces, de cuya mente visionaria brotó una idea tan pacífica. Y tan extraordinariamente vigente.

Sí. Porque Viaje a las estrellas siempre está volviendo, hermanos humanos.

Y es que de la mente de otro visionario de la fantasía, el inquieto y multifacético Jeffrey Jacob Abrams, J.J. pa' los amigos, hacedor de algunas obritas memorables en esto del entretenimiento de masas (Alias, Cloverfield y la adictiva Lost, figuran entre sus varios logros), ha brotado un nuevo eslabón de la aventura intergaláctica.

Star Trek XI está a punto de ver la luz. Y promete.

¿Por qué?, se preguntarán los no iniciados.

Bueno, porque no se trata de una continuación lineal de los sucesos, a partir del punto al cual llegaran el carismático Jean-Luc Picard y los de la Nueva generación, la excelente serie que siguió la línea de la primera y estuvo en el aire durante siete temporadas, de 1987 al '94, dando material para cuatro largometrajes entre 1994 y 2002. Nones. Viaje a las estrellas 11 nos propondá remontarnos al principio de los tiempos, al siglo XXIII, a la construcción de la mítica NCC-1701 USS Enterprise; la más simple pero, seguramente, la más recordada de todas las Enterprise de la saga.

Así pues, iremos también al reencuentro de la, tal vez, más querida y venerada tripulación de una nave estelar en la historia de la televisión y la cinematografía.

Los actores no serán los mismos, por supuesto. Pero las figuras emblemáticas del capitán Kirk, el Sr. Spock, el Dr. McCoy et al, estarán ahí para hacernos creer a aquellos que aún soñamos, que 42 años no son nada. Que es posible seguir soñando. Y que "larga vida y prosperidad" pueden ser más que la expresión de deseo de un saludo vulcano.

Después de todo, ¿quién no jugó alguna vez a ser James T. Kirk y, zambulléndose sobre la consola de cartón pintado de un ficticio sillón de capitán, gritó para nadie: "¡Scotty, necesitamos más energía!"?



¡Engage!

lunes, 9 de junio de 2008

Visitá Mendoza; ¡es una besheza, nene...!

... Como diría el Bambino Veira.

Pero no es verso. Si ya tuviste oportunidad de conocerla, sabés de qué hablo. Si nunca fuiste juntá unos mangos, hacete un hueco en el almanaque y enfilá para allá. No te vas a arrepentir.
Mariana (mi sufrida flamante...) y yo tuvimos la suerte y la buena puntería de elegirla como destino de nuestra luna de miel y la semana escasa que estuvimos por allá, nos resultó cortísima.

La ciudad es muy pintoresca y, si bien en el centro hay negocios, ajetreo y gentío al modo de las grandes ciudades, mantiene aún esa costumbre tan cara de la siesta y el descanso vespertino; hay lugares que ni por asomo te dan bolilla entre la 1 y las 4 de la tarde. Y la verdad, deben vivir más que nosotros. Seguro.

Por lo demás, no hace falta más que un paseíto por sus bodegas y una que otra probadita de la sangre de las vides de esa tierra privilegiada o una excursión a las altas cumbres, que por fortuna nos tocó ver tras una flamante nevada, para enamorarse para siempre de ese lugar maravillosamente enclavado al pie de Los Andes.

Adentrarse en la Cordillera, visitar lugaras como Uspallata, Penitentes o Las Cuevas, asomarse al cañón que flanquea el Puente del Inca, recorrer la ruta que trepa hacia el Cristo Redentor y divisar la cumbre blanca del mítico Aconcagua, basta para comprender por qué la Naturaleza reinó siempre. Y por qué lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos, aun cuando nosotros, que tanto nos empeñamos en desviarla y aplastarla, ya no estemos para verlo.

No alcanzan los ojos ni las lentes de las cámaras, uno siente que la voz se quiebra y nos falta el aire. Y no es el apunamiento. Es la fuerza brutal de ese paisaje prodigioso, un milagro hecho tierra, la quintaesencia de la belleza.

Por eso, y sin ánimo de convertirme en agente de turismo, te invito a visitar Mendoza. Mi esposa y yo no vemos el momento de volver para allá. Aun cuando hace apenas diez días que estuvimos.

Y es que la tierra del sol y del buen vino te enamora.

Y hay amores que duran toda una vida, dicen los que saben.