jueves, 17 de abril de 2008

Algo que decir

Les dejo algo que escribí hace algún tiempo para un concurso literario subterráneo (es que lo organizaba Subtes de Bs. As.... je). El relato ni figuró, pero me hizo sentir bien el mero hecho de ponerlo en algún lado por primera vez.
Lo subí también al sitio
http://www.aullidos.com/ (a quien le interese el género fantástico, le recomiendo se dé una vuelta por ahí; esos chicos saben hacer las cosas) y obtuvo un éxito moderado.
Espero les guste. Comenten lo que quieran... con cariño.


LAS REGLAS BASICAS

Abelardo despachó el enésimo baldazo de agua sobre el capot del Ford y lo miró. No le gustó. Así que mientras el balde volvía a llenarse, enjabonó de nuevo la trompa del camioncito, frotando decididamente con la esponja hasta que la espuma se volvió frondosa y la cubrió por completo.

¡La pucha que costaba tenerlo limpio! Pero así le gustaba. Por algo los clientes de la fletera lo preferían: su camión siempre (pero siempre) estaba impecable; la limpieza era una regla básica.

No en vano, el lavado era la ceremonia ineludible de cada tarde de sábado. Sus compañeros le decían que estaba mal de la cabeza. A él no le importaba. "Al laburo hay que cuidarlo", respondía convencido. Se llevaba la radio al patio y mientras escuchaba el partido de Lafe, la emprendía contra la mugre.

Pero ese fin de semana no había fútbol, así que puso un programa de variedades, apenas para oír algo de ruido, y sólo le prestó atención a una noticia del informativo de las cinco: a última hora del viernes, unos ciclistas habían sido atropellados en el Camino de Cintura. El conductor se había fugado. Era el segundo caso en dos semanas.

Abelardo suspiró. La gente estaba loca, todos se comportaban como si fuesen los dueños de la calle. Por eso pasaban las cosas que pasaban. Esta vez, tres ciclistas; la semana anterior, un par de chicos; ¿qué vendría después?... Porque esto no tendría fin, en tanto ciertas reglas básicas de convivencia no se respetasen. De eso estoy muy (pero muy) seguro, pensó mientras vaciaba el balde sobre la chapa.

Miró al Fordcito, su fiel compañero del camino. Satisfecho al fin con el resultado, dio una palmada cariñosa, casi una caricia, sobre la trompa roja. Al principio, las manchas se habían resistido, pero luego se rindieron al agua insistente y la esponja vigorosa. Lo único que lo apenaba eran esas marcas, como arañazos, que cubrían la mayor parte del frente y trepaban hacia el capot. Una lástima.

-Los fierros de la segunda bicicleta –estimó Abelardo, con las manos en la cintura. Y alzó la mirada al cielo nuboso, rogando porque no lloviese-. Seguro que fue eso… Sí, fue eso.

Pero si ése es el precio…, meditó en silencio, mientras juntaba los bártulos. Porque la calle fue hecha sólo pa´los motores. Así que yo voy a seguir vigilando. Esas son las reglas

-¡Sí, señor! Esas son las reglas… ¡básicas!

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